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EN UN LIBRO COMO ÉSTE, quizá la cuestión primera a plantearse es si se trata realmente de la Virgen quien se aparece. Para los escépticos, ni siquiera es un tema a debatir: se trata de un fenómeno meramente subjetivo en el que se mezclan fabulación, autosugestión, percepciones delirantes e histeria colectiva; nada, pues, que rebase los límites de lo estrictamente natural. No digo que no sea así en más de un caso, pero reducir un tema tan complejo y apasionante como el de las apariciones marianas a simples causas psicológicas es, además de pueril, erróneo. Para ser aceptadas como auténticas las apariciones no deben limitarse a lo subjetivo. Salvo excepciones, lo habitual es que sean sólo los videntes, con frecuencia un pequeńo grupo de nińos o de adolescentes, quienes, en trance, vean y oigan a la entidad que se aparece; pero si todo se redujese a su testimonio, malamente podríamos calificar como extraordinario al suceso. Por muy necesitadas de creer que estén las personas del entorno, han de producirse paralelamente fenómenos de carácter presuntamente sobrenatural que avalen el relato de los videntes. La variedad e importancia de esos fenómenos es tanta, que su enumeración requeriría varias páginas. Entre los más frecuentes, aparte de la exhibición de capacidades paranormales dada por los videntes durante sus éxtasis, suficientemente demostrativos por sí solos de que nos hallamos ante un suceso fuera de lo normal, abundan los de naturaleza física, perceptibles por todos los congregados, y a veces tan llamativos como intensos aromas, lluvia de materia algodonosa que se disuelve al contacto con el suelo o la presencia de luces de diferentes formas y tamańos que evolucionan sobre el lugar.